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  1. Espasa Calpe, col. Austral, 1988. 161 páginas.


     










    Siendo yo una muy empecinada lectora de clásicos decimonónicos, una amiga de exquisito gusto libresco que vió mi progresivo alejamiento de higiénicas lecturas terroríficas, quiso suavizar mi estado de embotamiento, y tuvo a bien de seducirme hacia este género con la novela que me hace escribir estas líneas: El huésped del rector de José Guillermo García Valdecasas. Es una joya, una verdadera joya aún no descubierta por las hordas de lectores que devoran a mandíbulas batientes los best-sellers. Y ellos me perdonarán la herejía, y acaso el egoísmo, pero esa situación mejora la novela, pues la envuelve en un halo de misterio, de tesoro no proclamado y aún por descubrir.

    Jose María Irazoqui y Miranda, rector del Colegio de España en la ciudad de Bolonia (Italia) vive completamente solo en el palacete desde hace 8 años, tras la muerte de su tío y antíguo rector de la misma institución, don Pablo de Irazoqui. La gélida noche boloñesa del 4 al 5 de enero de 1863, cuando don Jose María se dispone a acostarse, llega una inesperada visita: un individuo que, mal vestido y sin carta de presentación -excusa que se la han robado-, requiere que le deje entrar, apelando a la caridad, porque le vienen persiguiendo para apalizarlo. El individuo, que responde al nombre de Pedro Justino Pozas, acabará conviviviendo con el rector desde esa noche hasta el 12 de enero. Durante esa convivencia, ambos se irán conociendo a través de sus actos y conversaciones, y tratarán de unir sus fuerzas para solucionar el problema que se le presenta a Irazoqui en forma de malvado que quiere hacerse con el Colegio, Marliani.

    Vista del patio interno del Colegio de España (Bolonia), y del pozo donde Irazoqui se abastecía de agua.

    He leído esta novela dos veces en lo que va de año. Dos. Y ha pasado la criba cum laude. Pese a conocer ya la historia, y recordarla, me apeteció regresar a sus páginas, encerrarme entre los muros del Colegio de España desde el 4 a poco más del 12 de enero de 1863, que es cuando se desarrolla la acción. Y con la relectura volví a reir, a devorar sus páginas como la primera vez,
    a sorprenderme y a disfrutar del uso del lenguaje que despliega el autor. Ciertamente García Valdecasas lo domina como pocos y así, sirva como ejemplo que el cadaver de un pájaro sea "carroña volatil", un espejo "adminículo femenil" y los sentimientos no sean otra cosa sino "fluídos anímicos".

    Tal vez lo que más me llama la atención es que uno se pasa casi toda la novela creyendo, y hasta confirmando, que el Pozas es un producto de las calderas infernales y que raro sería que no fuera primo hermano del Cojuelo y familiar cercano del resto de secuaces que enriquecen las hordas satánicas. No son pocos los detalles que hacen pensar de ese modo, aunque más feacientes son los que demuestran a las claras que más merece ser pariente de los Lazarillos, Pablicos y Guzmanes que poblaron nuestra geografía en el XVII. Porque Pozas por tener, tiene una genealogía que ríanse ustedes de la de los pícaros más sobresalientes que ha producido nuestra noble y fecunda tierra. Pícaro, hereje y más pagano que el ídolo áureo que adoraron los israelitas al pie del Sinaí. Es el clásico pícaro del Siglo de Oro español en pleno siglo XIX. (Pozas nace en 1837, según mis calculos).

    Otro detalle es que, siendo José G. García Valdecasas rector del Colegio de España ,es muy curioso que usara el Colegio como escenario. Lo necesitaba vacío para introducir al único personaje ficcional, Pedro Justino Pozas, y no pudo encontrar mejor momento histórico que el de la época de Jose María Irazoqui, quien realmente estuvo solo durante esos años. ¿Quién niega la sorprendente verosimilitud de la historia y de la puntillosa exactitud histórica del autor? Y del narrador, dicho sea de paso, cuando hace uso del tópico del manuscrito hallado para justificar la narración. Es mucha la molestia que
    el narrador
    , a ratos desde 1968 hasta 1983, se toma para demostrarle al lector que el texto originario existe o ha existido. ¡Hasta nos da reseñas bibliográficas! Como H. P. Lovecraft con el Necronomicon (y el revuelo que armó). Y ojo a la última frase de este prólogo: "quien sabe si a veces la imaginación se me disfraza de recuerdo" (pág. 12).

    A rasgos generales la novela desarrolla un duelo entre lo racional y lo fantástico, incluso entre la magia popular y la magia "pedante", como la llamaría Pozas. La magia aplicada a la vida real o la vida aplicada a la magia, pero todo ello planteado siempre como medio de supervivencia en un medio hostil. Y claro, si es magnífico el revés de la redoma hallada en la celda de Mezzofanti, lo del agua del grifo es soberbio.

    En esta sociedad tan comodona y consumista en la que estamos tan habituados a nos lo den todo bien mascado, esta clase de finales se agradecen, por lo saludables. Porque, ¿quién es Pedro Justino Pozas, un loco, un brujo, un diablo, un pícaro o todo a la vez?... Si tenéis la curiosidad y, estoy segura, el gusto de leer esta novela, tendréis que decidir por vosotros mismos...

  2. La obra - Émile Zola

    viernes, 11 de diciembre de 2009

    La obra
    (L´Oeuvre,
    1886)
    Émile Zola


    Traducción Jose R. Monreal Salvador
    Ed. Debols!llo, 2008



    Si existe un autor que me haga hervir la sangre en las venas, ése es Zola. Me parece magistral. Por eso me planteé ir comentando todas las obras que he tenido la suerte de leer -digo "suerte" porque he sudado sangre para conseguir algunas en castellano-, pero lo cierto es que esta novela, en concreto, no me va a ser fácil: Me tocó la vena, me raspó la telilla del cárdias y la pena se me instaló en el estómago, bien asentada. Es lo que tiene el naturalismo, claro. Pero hasta hoy no he encontrado una literatura tan cruda, tan real como la de Zola. Si leéis Germinal, sentiréis físicamente el hambre, lo padeceréis aunque estéis saciados, y si léeis El vientre de París renegaréis de la comida, ahítos y empachados ad nauseam... Así que nadie se llame a engaño: La obra duele, escuece y levanta ampollas. A mí aún no se me han curado y mientras escribo ésto las siento latentes...

    En esta novela se narra la vida de Claude Lantier. ¿Le recordáis? Os refresco la memoria: Claude es hijo de Gervaise Macquart y de Auguste Lantier (La taberna), y hermano de Étienne Lantier (Germinal), de Naná (su novela lleva nombre homónimo) y de Jacques Lantier, protagonista de La bestia humana.
    Al parecer, Claude Lantier es practicamente un trasunto físico y psíquico de Paul Cézanne (imagen de la izquierda), con algunos rasgos del carácter de Edouart Manet y Claude Monet, amigos de Zola y en quienes también se inspiró para su personaje. El propio Pierre Sandoz sería el álter ego de Zola y Bongrand estaría inspirado en Gustave Flaubert (a la derecha). También existen ciertas veladas celabradas cada jueves en la casa de Sandoz que son muy parecidas a las llamadas del "grupo de Médan"...
    No obstante, pese a estas concomitancias, no debe verse esta obra como la realidad velada, sería un error. Más bien, y como dice muy acertadamente en el prólogo Ignacio Echeverría, habría que leerla como una especie de elegía a la juventud luchadora e idealista en la que Zola y sus compañeros habían militado. En especial Claude, que es un intelectual bohemio tan idealista que no desea someterse a los intereses comerciales, sino a la calidad estética. Está imbuído por el "olor a lucha de las calles" parisinas. Pero es un olor callejero, no de Salones. Al final se da cuenta de la inutilidad de su actitud, porque sus ideales no encajan en la sociedad aburguesada que tiene el dinero para pagar el arte. La miseria de la bohemia sucumbe ante el poder del dinero y los aborregados gustos burgueses.

    Dubuche (¡ay, Dubuche!), Jory y Mathilde Jabouille, Fagerolles e Irma Bécot, Gagnière, Bongrand, Mahoudeau, Chaîne... Todos transitan por estas páginas dejando su impronta. Algunos se venden a la Doblez Hipócrita y, en apariencia, triunfan; otros sucumben a la vorágine del mundo en movimiento; otros son devorados y escupidos por la diosa Codicia, pero ninguno goza ni un ápice de satisfacción real, duradera. Todos tienen pies de barro menos Sandoz y Henriette, su mujer. No es paradójico que Sandoz fuera una especie de álter ego de Zola, desde luego...


    Dentro de la cronología interna de Los Rougon- Macquart Claude, que nace en 1842, tiene 8 años cuando sus padres llevan a París. Al año siguiente tiene "la gran oportunidad de dejar París para regresar al rincón de la Provenza donde nació", (es decir, Plassans, trasunto ficticio de Aix-en-Provence). Este regreso se debe a que Gervaise, abandonada por Lantier y con dos niños a su cargo -Claude y Étienne- y recién casada con Coupeau, está ahogada económicamente, pero un viejo escéntrico aficionado a la pintura que observa en Claude dotes de artista, le ofrece estudios. Gervaise acepta aliviada: una boca menos que alimentar y un hijo con un futuro provechoso.

    En Plassans vive durante 7 años. Allí conoce a Pierre Sandoz y a Louis Dubuche, con quienes -
    tras la muerte de su protector- regresará a París y compartirá más penas que glorias en el París bohemio del Segundo Imperio. Es en El vientre de París donde se cita algo de esos años inmediatos al regreso, años en los que Claude vivió cerca de Les Halles y donde trató en vano de pintar un cuadro colosal de Marjorin y Cadete amándose sobre una montaña de hortalizas en medio del Gran Mercado Central de París.
    Son años perdidos.
    Tras esta etapa comienza la que se narra en La obra. Una lluviosa madrugada de julio, Claude,


    como el buen artista que gusta de pasear ociosamente, enamorado del París nocturno
    vuelve a su buhardilla en el quai de Bourbon. En el portal descubre a Christine Hollegrain, una muchacha de 18 que trata de resguardarse de la lluvia... Será el inicio de una historia de amor al estilo de Zola..., lo cual, ¡ojo!, no quita que ese primer capítulo sea uno de los más hermosos que haya podido escribir este crudo novelista francés.

    Sin embargo ese amor se irá deteriorando en Claude a medida que su Pasión hacia la pintura le vaya consumiendo hasta el suicidio, su triste inmolación, ante su última obra inacabada e inacabable. Es la llamada de la sangre de los Macquart, es el Destino de Claude Lantier.
    El salto demasiado corto o demasiado largo, el desequilibrio nervioso, el desarreglo hereditario que, por algunos gramos de más o de menos, en vez de hacer un gran hombre haría un loco (pág. 330).

    El gran desencadenante es la muerte de su único hijo, Jacques Louis Lantier, con solo 12 años de edad, idiotizado y con hidrocefalia. Si a eso le añadinos como aderezo la miseria omnipresente y la impotencia ante la creación artística, amén del dichoso determinismo hereditario y social, la mezcla resulta explosiva.


  3. La interdicción - Honoré de Balzac

    domingo, 6 de diciembre de 2009



    Estamos en 1828. Una noche, de madrugada, Eugène de Rastignac y Horace Bianchon regresan de la casa de la marquesa D´Espard. Aquel convence a éste para que interceda por la dama ante su tío, Jean Jules Popinot, juez que se encarga de la interdicción que la marquesa ha pedido contra su marido, el marqués D´Espard. La marquesa lleva un ritmo de vida que no puede costearse y, cuando al fin sus deudas son insostenibles, se decide a desplumar a su marido, instada por su cuñado, alegando nada menos que su consorte se halla en un estado de imbecilidad y locura tales que le impiden administrar "dignamente" su fortuna. Bianchon accede, y Popinot visita a las partes implicadas. Y Popinot juzga... Pero el Destino -posiblemente personificado en el hermano del marqués- les reservará un revés.
    La forma velada en la que se describe el final hace suponer que el marqués D´Espard perderá el proceso, pero lejos de la realidad: diez años más tarde, en El primo Pons, se revelará la feliz conclusión, y Balzac explicará las razones del por qué la marquesa D´Espard y Camusot no lograron sus fines.

    Esta obra forma parte del vasto proyecto de la Comedia Humana, concretamente del grupo de "Escenas de la vida privada". Es una novela corta sobre la justicia terrenal y la justicia absoluta. O sobre "las grandezas de la miseria y las miserias de la grandeza".


    Personalmente es una de las obras que más me han gustado de Balzac. En ella os podréis encontrar con el Balzac punzante, incisivo, el Balzac que no escatima en ironías para arremeter implacable contra las arteras "mujeres de moda", la justicia y la política fraguada en los salones. Aunque, sin duda, las descripciones físicas y morales de Popinot (en la imagen) y de la marquesa D´Espard son lo mejor... Y el detalle de la habitación plagada de los "exvotos" con los que la "miseria agradecida" paga con "tesoros eternos una pequeña limosna".



    Me quedo con estas frases, que no dejan de dar qué pensar, más en los tiempos que corren:

    "Su vida estaba llena de trabajos y ocultaba la virtud de un santo,
    porque
    hay virtudes tan brillantes que llevan consigo la oscuridad: los hombres se apresuran a esconderlas."
    Sin embargo, qué curioso: lo mismo podría decirse de los grandes defectos...