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  1. Solaris: ¿experimento o venganza?

    jueves, 23 de diciembre de 2010



    Solaris es una de las novelas de ciencia ficción que más me impactan, no ya solo por la historia en sí misma, sino por la trama y la maestría incuestionable de Stanilav Lem para desmarcarse de algunos interrogantes que surgen a raíz de la historia. Cuando acabas de leer la última frase, levantas la vista y respiras hondo -no leerás Solaris en vano-, las cuestiones que Lem deja sin respuesta te asaltan de golpe y porrazo.
    Ahí están, ahí te las encuentas a tu discreción particular: ¿qué sucedió con los robots para que fueran relegados a los sótanos de la Estación Solaris?, ¿a quién veía Snaut, quiénes atormentaban a Sartorius?, ¿por qué siempre son tres las personas "reales" que habitan la Estación a un tiempo?, ¿cómo es que después de cada visita de las "Creaciones F" o "Visitantes" se tiene la piel quemada?, o ¿por qué Kelvin acepta desde un principio la presencia de Harey, una vez asimilado que no se trata de un sueño?...
    Ese viejo truco de no dar todas las respuestas le aporta al relato un elevado grado de verosimilitud. Además, para reforzarla, Lem recurre al tópico de la pseudo-bibliografía solariana, crea completísimos estudios solaristas, libros apócrifos incluídos. No se ovida de los tecnicismos tampoco: politera, fuliginoso, metamorfo, sincitialia, ongus, mimoides, fungoides, ágilus, vertérbridas, etc.

    Existen tres aspectos de la novela que me han llamado mucho la atención: las características de Solaris como planeta (es un planeta-océano, al igual que Dune o Arrakis de Frank Herbert era el planeta-desierto), las "creaciones F", así como las maneras de enfrantarse a las mismas por parte de la tripulación, y el capítulo del viejo mimoide, que presenta al planeta como un ente vivo.

    Al final todo queda en el aire, nada se resuelve, el final es abierto. Es desesperante pero esperanzador a un tiempo: Kelvin decide basar su vida en una esperanza, hasta el día de su muerte. Hasta cierto punto comprende el fenómeno Solaris, y si bien no lo concibe como a un dios -imperfecto y falible-, sabe que solo de Solaris podrá sobrevenir el milagro: Harey. Por su parte, es posible que Solaris comprenda y obre la gracia, pero no parece probable después de todo: Solaris no comprende. Solo juega. Y experimenta.
    Entonces surge la gran incognita: ¿Tiene la conciencia un fin práctico? ¿Dios ha creado la conciencia en el ser humano para que éste recapacite sobre sus acciones y no cometa en el futuro los errores del pasado y evitar un mal que pueda darse? ¿O se trata de un dios falible que solo experimentaba? Solaris va más allá, y esa conciencia la convierte en algo sólido, la personifica. Después, se desentiende. Un experimento. Un juego que se abandona al tiempo que pierde el interés de la novedad.
    Si Solaris fuera Dios...



    Solaris, de Stanislaw Lem. Editorial Impedimenta, 2010.
    Traducción de Joanna Orzechowska.
    Introducción de Jesús Palacios.