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  1. La balada del café triste - Carson McCullers

    miércoles, 7 de abril de 2010

    The ballad of the sad café (1951)
    Carson McCullers


    Traducción de María Campuzano
    Ed. Seix Barrall, Barcelona, 1984

    Marvin Macy era un indeseable, un asesino en potencia, un deshonra-mozas y un maleante hasta que Amelia Evans se cruzó en su camino. Entonces se produjo la metamorfosis por obra y gracia del amor y, en apenas dos años, de aquel pollo no quedó ni la sombra de lo que fue. Se arrastró por el fango por Miss Amelia, pero ella no estuvo por la labor de dejarse querer y, tras un matrimonio de 10 días de convivencia, ella le echó de su casa como a un perro.

    Amelia Evans era una mujer extraña. Pero mujer, a fin de cuentas, y humana, para más inri. Y ya que "las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor", se enamoró de un supuesto primo suyo, Lymon Willis, alias "primo Lymon": enano, feo hasta el agotamiento visual, jorobado, picajoso, caradura y llorica. Pero ella se enamoró. Perdidamente, además. Tanto o más que Marvin Macy de ella. Sin embargo ni Marvin enamorándose de una mujer como Amelia, ni la propia Amelia, enamorándose como una becerra del primo Lymon, cometieron un error. No. Nada de errores. El amor puede esclavizar, idiotizar, anular o elevar a las cumbres más altas, pero nada de errores, porque como diría Antonio Gala, es solo el mecanismo de ósmosis del amor: al jorobado lo endereza y a la mujer dura e inteligente, que no admite ni el más mínimo desliz, la convierte en una indolente...

    Carson McCullers y su marido Reeves McCullers

    Parece que en esta novela existe un trasunto de algunas de las relaciones personales de la propia autora. Dicen que tras el triángulo amoroso Amelia-Lymon-Marvin se hallan la propia Carson, su esposo, Reeves McCullers y el compositor David Diamond.
    (...) Recordando las razones por las que se divorció de Reeves, Carson omite mencionar que se sintió traicionada cuando Reeves y Diamond se trasladaron a Rochester y la dejaron fuera de esa relación triangular que ella deseaba (...)

    explica Carlos L. Dews, en su prólogo a Iluminación y fulgor nocturno: autobiografía inacabada de McCullers (Ed. Seix Barral, 2001). Otros consideran que tras esos personajes, aparte de la autora, podrían hallarse la escritora suiza Annemary Clarac-Shwarzenbach o Katherine Anne Potter, de quienes Carson McCullers estuvo enamorada, según confiesa en sus memorias.

    No obstante, todo esto es irrelevante para disfrutar de esta novela...

    Habría muchísimo que descatar en ella, y no deja de ser sorprendente, dada su brevedad. Amelia Evans es un personaje fascinante. Por ejemplo, ¿qué clase de persona podría ser capaz de regalar como prenda de amor las piedras de un cálculo renal? No, no os riáis: para Amelia esas piedras simbolizan el máximo dolor físico que ha sufrido en su vida. Y por eso se las ofrenda a su amante. Pero aún con ésas, ni las más exacerbadas muestras de respeto y de amor pueden cangearse la más mísera lealtad por parte de Lymon. El desenlace de la lucha es vergonzoso. La actitud cobarde el pueblo es bochornosa. Pero así lo quiso el Destino, y Amelia jamás renegó: se dejó llevar por la inercia de la apatía, sin más, entregándose al abandono con la misma pasión con la que antaño se dedicó al jorobado que se fue tras los pasos del exmarido y presidiario.

    No es actitud saludable el desear mal a nadie, pero qué queréis: ojalá los rumores del pueblo sobre el destino del primo Lymon fueran ciertos.
    ... Pese a Amelia.


    Carson McCullers


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