Quién no ha escuchado alguna vez la expresión "la mujer en casa y con la pata quebrada"..., para desgracia de la mujer y satisfacción de un determinado paradigma de hombre, celoso y, por ende, inseguro. Pues bien: Galdós, en calidad de dios creador, cumple el deseo de uno de sus personajes, don Lope Garrido, de ver cumplida esa expresión (si bien demasiado literalmente para el gusto del sujeto en cuestión, hay que decir en su descargo).
Tristana (1892) pertenece al grupo de novelas contemporáneas o de plenitud (1886 -1892) de este magnífico escritor canario, que se encuadran en un tema común: el conflicto entre lo material y lo espiritual, es decir, entre las condiciones sociales y la realización del individuo. Dentro de este grupo, sin duda uno de los personajes más amargos de Galdós es Tristana, cuyos rasgos psicológicos consagraron a Galdós como un exquisito observador de la naturaleza femenina.
La historia es simple: Don Lope, un hombre de mediana edad, se hace cargo de la tutela de una muchacha, Tristana, de la que se enamora y a la cual seduce. La chica, a su vez, se enamora de Horacio Díaz quien, tras un breve idilio y la enfermedad en la que Tristana pierde una pierna, la olvida, quedando Tristana a merced de su tutor. Así, queda patente que el amor de don Lope es mucho más profundo y sólido que el amor superficial de Horacio -capaz de vivir alejado de Tristana durante la enfermedad y de perder el interés ante la minisvalía de ella-, si bien ambos buscan su propio solaz: son egoístas y toman a Tristana como una muñeca (hay numerosas alusiones a éste símil en la obra). Finalmente Tristana, tras las dos grandes decepciones amorosas, se vuelve insensible a las "dulzuras" del amor, vuelve los ojos y el corazón a la Iglesia y se limita a deslizarse por la vida, sin mayor pena ni gloria, mutilada, sin ilusiones y resignada a una vida oscura.
Para Tristana esa falta de un miembro físico, la pierna, equivale espiritualmente a la mutilación de las alas que podrían llevarla a la ansiada libertad, a su independencia como mujer en un mundo masculino. Busca la Libertad, con mayúsculas, aunque "esa palabra no suene bien en boca de mujeres" (capítulo 5). Tristana habla mucho sobre ese tema con la "desparpajada" Saturna, quien por los sinsabores de la vida -es una viuda venida a menos que se vió obligada a llevar a su hijo al Hospicio y meterse a criada de don Lope, tutor de Tristana- ha llegado a la conclusión de que "solo tres carreras pueden seguir las mujeres":
A este respecto el capítulo 5 es bastante revelador, pues se analizan las posibilidades de la mujer en el mundo laboral a mediados del XIX. Tristana sueña con dedicarse a la pintura, a la literatura, los idiomas e incluso la política: se siente capacitada intelectualemnte para enfrentarlo todo. "Quiero luz, siempre más luz!", "¡Viva la independencia!" y el "abajo el matrimonio" son frases e ideas habituales en ella. Ansía la independencia y estudia para alcanzarla pero a las trabas sociales se les suman la carencia de medios económicos y de ayuda. Esta cuestión irá desarrollándose a lo largo de la novela, hasta el desolador final.
Por otra parte, asistir a la evolución de Tristana provoca una sensación agridulce: cómo pasa de la aceptación de su seductor a la decepción y la rebeldía de su situación en la vida. Cuando comienza a tomar conciencia de sí misma
En esta novela, como es habitual en la obra de Galdós, transita una multitud de personajes. Hasta el más insignificante de ellos goza de, al menos, una somera descripción, como es el caso de Hermógenes, de Felipe Díaz, -el "tiranoabuelo" de Horacio Díaz-, de doña Trinidad -la inoportuna tía de Horacio- o de Saturno, ese crío regordete hijo de Saturna que crece lozano en el Hospicio y para quien "cuarto adquirido era cuarto lanzado a circulación" pese a las reconvenciones de ahorro de su madre. También aparecen personajes de otras novelas, como el doctor Augusto Miquis, hermano de Alejandro Miquis, cuyas aventuras se relatan en El doctor Centeno (1883).
Pero, sin duda, los dos personajes estelares son don Lope Garrido y Tristana. Josefina Solís le puso el nombre de Tristana a su hija en reminiscencia a la antigua sociedad de nobleza caballerosa, en contraste con "las realidades groseras y vulgares" de la vida cotidiana. Paradojas de la vida: Don Juan Lopez Garrido, más conocido como don Lope Garrido, es calificado decenas de veces como galán y menesteroso miembro de la caballería sedentaria. Y esto, claro, no deja de ser significativo, pues se cumple el deseo de la madre de Tristana: que su hija encuentre a un caballero o viva en ese ideal de caballerosidad de la que don Lope no anda escaso, si bien muy a su manera. En la vida real esa clase de hombres ya no nacen, son una "rara avis", y hasta Horacio admira esa actitud en su rival. Don Lope a la postre es una mezcla irreconciliable de caballero andante a lo castizo y de don Juan venido a menos. Es un detallazo su nombre: Don Juan Lopez Garrido. Don Juan, por conquistador; López, que evoluciona a Lope -ay, esa la chispa popular al decir de Galdós- y que remite a Lope de Vega y a sus eternos amores fugaces; y Garrido por galán, elegantón y guapo mozo.
Pero Tristana solo vive la vejez de su seductor, sacrificando su juventud en aras de un hombre que le ofrece cuando puede y de un joven que no valora la esencia de mujer libre y absoluta que posee a raudales Tristana. Si hubiera nacido en el XX, otro gallo le cantara...
Tristana (1892) pertenece al grupo de novelas contemporáneas o de plenitud (1886 -1892) de este magnífico escritor canario, que se encuadran en un tema común: el conflicto entre lo material y lo espiritual, es decir, entre las condiciones sociales y la realización del individuo. Dentro de este grupo, sin duda uno de los personajes más amargos de Galdós es Tristana, cuyos rasgos psicológicos consagraron a Galdós como un exquisito observador de la naturaleza femenina.
La historia es simple: Don Lope, un hombre de mediana edad, se hace cargo de la tutela de una muchacha, Tristana, de la que se enamora y a la cual seduce. La chica, a su vez, se enamora de Horacio Díaz quien, tras un breve idilio y la enfermedad en la que Tristana pierde una pierna, la olvida, quedando Tristana a merced de su tutor. Así, queda patente que el amor de don Lope es mucho más profundo y sólido que el amor superficial de Horacio -capaz de vivir alejado de Tristana durante la enfermedad y de perder el interés ante la minisvalía de ella-, si bien ambos buscan su propio solaz: son egoístas y toman a Tristana como una muñeca (hay numerosas alusiones a éste símil en la obra). Finalmente Tristana, tras las dos grandes decepciones amorosas, se vuelve insensible a las "dulzuras" del amor, vuelve los ojos y el corazón a la Iglesia y se limita a deslizarse por la vida, sin mayor pena ni gloria, mutilada, sin ilusiones y resignada a una vida oscura.
Para Tristana esa falta de un miembro físico, la pierna, equivale espiritualmente a la mutilación de las alas que podrían llevarla a la ansiada libertad, a su independencia como mujer en un mundo masculino. Busca la Libertad, con mayúsculas, aunque "esa palabra no suene bien en boca de mujeres" (capítulo 5). Tristana habla mucho sobre ese tema con la "desparpajada" Saturna, quien por los sinsabores de la vida -es una viuda venida a menos que se vió obligada a llevar a su hijo al Hospicio y meterse a criada de don Lope, tutor de Tristana- ha llegado a la conclusión de que "solo tres carreras pueden seguir las mujeres":
"¿Sabe la señorita cómo llaman a las que sacan los pies del plato? Pues las llaman, por buen nombre, "libres". De consiguiente, si ha de haber algo de reputación, es preciso que haya dos pocos de esclavitud. Si tuviéramos oficios y carreras las mujeres, como los tienen esos bergantes de hombres, anda con Dios. Pero, fíjese, solo tres carreras pueden seguir las que visten faldas: o casarse, que carrera es..., o el teatro... vamos, ser cómica, que es buen modo de vivir, o... no quiero nombrar lo otro. Figúreselo."
(Capítulo 5)
A este respecto el capítulo 5 es bastante revelador, pues se analizan las posibilidades de la mujer en el mundo laboral a mediados del XIX. Tristana sueña con dedicarse a la pintura, a la literatura, los idiomas e incluso la política: se siente capacitada intelectualemnte para enfrentarlo todo. "Quiero luz, siempre más luz!", "¡Viva la independencia!" y el "abajo el matrimonio" son frases e ideas habituales en ella. Ansía la independencia y estudia para alcanzarla pero a las trabas sociales se les suman la carencia de medios económicos y de ayuda. Esta cuestión irá desarrollándose a lo largo de la novela, hasta el desolador final.
Por otra parte, asistir a la evolución de Tristana provoca una sensación agridulce: cómo pasa de la aceptación de su seductor a la decepción y la rebeldía de su situación en la vida. Cuando comienza a tomar conciencia de sí misma
Tan fuerte es su impulso de independencia que no quiere casarse ni con Horacio. Insiste en querer ser libre y dedicarse a un oficio. Prefiere la libertad -y la incertidumbre que ésta conlleva- de valerse por sí misma, de ganarse la vida, antes que arrojarse a los brazos de un hombre que la mantenga y que la convierta en su esclava. Lo está viviendo, lo vive siempre bajo la protección de don Lope... pero ¿cómo volar sin alas? ¿Cómo, cuando la imaginación ya no alcanza y cuando la realidad nos aplasta?
"a medida que se cambiaba en sangre y médula de mujer la estopa de la muñeca, iba cobrando aborrecimiento y repugnancia a la miserable vida que llevaba bajo el poder de don Lope Garrido".
(Capítulo 4)
En esta novela, como es habitual en la obra de Galdós, transita una multitud de personajes. Hasta el más insignificante de ellos goza de, al menos, una somera descripción, como es el caso de Hermógenes, de Felipe Díaz, -el "tiranoabuelo" de Horacio Díaz-, de doña Trinidad -la inoportuna tía de Horacio- o de Saturno, ese crío regordete hijo de Saturna que crece lozano en el Hospicio y para quien "cuarto adquirido era cuarto lanzado a circulación" pese a las reconvenciones de ahorro de su madre. También aparecen personajes de otras novelas, como el doctor Augusto Miquis, hermano de Alejandro Miquis, cuyas aventuras se relatan en El doctor Centeno (1883).
Pero, sin duda, los dos personajes estelares son don Lope Garrido y Tristana. Josefina Solís le puso el nombre de Tristana a su hija en reminiscencia a la antigua sociedad de nobleza caballerosa, en contraste con "las realidades groseras y vulgares" de la vida cotidiana. Paradojas de la vida: Don Juan Lopez Garrido, más conocido como don Lope Garrido, es calificado decenas de veces como galán y menesteroso miembro de la caballería sedentaria. Y esto, claro, no deja de ser significativo, pues se cumple el deseo de la madre de Tristana: que su hija encuentre a un caballero o viva en ese ideal de caballerosidad de la que don Lope no anda escaso, si bien muy a su manera. En la vida real esa clase de hombres ya no nacen, son una "rara avis", y hasta Horacio admira esa actitud en su rival. Don Lope a la postre es una mezcla irreconciliable de caballero andante a lo castizo y de don Juan venido a menos. Es un detallazo su nombre: Don Juan Lopez Garrido. Don Juan, por conquistador; López, que evoluciona a Lope -ay, esa la chispa popular al decir de Galdós- y que remite a Lope de Vega y a sus eternos amores fugaces; y Garrido por galán, elegantón y guapo mozo.
Pero Tristana solo vive la vejez de su seductor, sacrificando su juventud en aras de un hombre que le ofrece cuando puede y de un joven que no valora la esencia de mujer libre y absoluta que posee a raudales Tristana. Si hubiera nacido en el XX, otro gallo le cantara...
Las imágenes pertenecen a la película Tristana, dirigida por Luis Buñuel en 1970, con Catherine Deneuve (Tristana) y Fernando Rey como don Lope.
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