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  1. Doña Perfecta - Benito Pérez Galdós

    lunes, 22 de febrero de 2010


    Alianza Editorial, Madrid, 1998.

    Doña Perfecta
    fue publicada por entregas entre marzo y mayo de 1876, en la "Revista de España". Como libro se editó en mayo, y a finales de ese mismo año se publicó una segunda edición con cambios en el final de la historia. Esta novela forma parte del ciclo de novelas de tesis o de la intolerancia (1876-1878), constituido además por
    Gloria (1876-1877), Marianela (1878) y La familia de León Roch (1878). En ellas Galdós deja traslucir su preocupación por los males de la realidad social en la España de la Restauración, cuando los Borbones regresan al poder tras la Primera República Española, y es que Galdós, junto con otros intelectuales, ve peligrar los logros de la Revolución del 68. Estas novelas son engendradas bajo ese temor y, por lo tanto, planteadas como instrumento de denuncia de los graves males de la sociedad española: ponen en tela de juicio el fanatismo religioso y la intransigencia, la hipocresía, la intolerancia, el inmovilismo cultural y social que conllevan a diversas injusticias sociales; y todo ello aderezado con la cruel ignorancia de las clases bajas y medias.

    Doña Perfecta cuenta la historia del joven ingeniero Pepe Rey, educado en Madrid, que llega a la ciudad provinciana de Orbajosa para pedir la mano de Rosario de Polentinos con el fin de complacer los deseos de su padre, don Juan Rey, y de su tía paterna y madre de Rosarito, Doña Perfecta. En la dura y cerril Orbajosa, la personalidad liberal y progresista de Rey se enfrentará al mundo hipócrita, sórdido y mezquino que impera en la ciudad, totalmente dominada no ya tanto por los caciques (Cristóbal Ramos, a. Caballuco), como por los canónigos (don Inocencio) y la influencia de Doña
    Perfecta. El conflicto es inevitable, y lo que pudo ser una bonita historia de amor acabará en tragedia: Pepe Rey es asesinado por pretender raptar a Rosario y el hecho queda enmascarado como suicidio, Rosario enloquece, Doña Perfecta se entrega aún más a la exaltación religiosa para acallar su conciencia y don Inocencio, verdadero instigador implacable de Rey, es presa de una profunda crisis de conciencia...

    Se trata de una novela de estructura sencilla en la se hace uso de técnicas clásicas para la presentación de los personajes, de la acción, de la trama y del rápido desenlace. El tema central es la intoleracia religiosa, ese fanatismo y cerrazón que arrasan con todo a su paso, que oprime y anquilosa el espíritu más que ensalzarlo. Ese fanatismo, en parte, conduce a la hipocresía, omnipresente en la novela ("las personas que parecen buenas y que no lo son"). Esa doblez se percibe también a la hora de presentar la trama, pues existe un constante clima de ambigüedad que se refleja mediante los recursos literarios de la ironía y el contraste.

    En esta línea de las riquezas de perspectivas se encuadra la simbología de los topónimos y nombres propios de los personajes.

    "¡Cómo abundan los nombres poéticos aquí! Palabras hermosas, realidad prosaica y miserable. Los ciegos serían felices en este país, que para la lengua es Paraíso y para los ojos Infierno", pensará Rey.

    Así, Orbajosa presenta múltiples concepciones de si misma, dependiendo de quién la describa:
    - Para don Cayetano de Polentinos, cuñado de Doña Perfecta, erudito y bibliófilo local, Orbajosa es Urbs Augusta.
    - Para los padres de Pepe Rey, es un lugar idílico, soñado desde la infanci
    a.
    - Para Pepe Rey, Orbajosa es poco menos que un muladar, una "horrible bestia que en él clavaba sus feroces uñas y le bebía la sangre". Una tierra semejante a la capa de un harapiento extendida al sol (cap. II).
    - Para Pedro Lucas, a. Licurgo, así como para Doña Perfecta y los asíduos al Casino, los campos de Orbajosa son los mejores productores de garbanzos y de ajos. De hecho, el propio nombre de la ciudad nos da la clave: Orbajosa, tierra de ajos (cap. XVIII). Parece un símil de la propia España.

    Los nombres que los personajes ostentan es una pura invitación al cinísmo: la moralidad de Doña Perfecta Rey de Polentinos y de don Inocencio Tinieblas es por completo opuesta a las cualidades que sus respectivos nombres indican. Jacinto Tinieblas, el sobrino de don Inocencio, sí tiene un nombre acorde, dado su narcisismo; Caballuco es un héroe épico, cacique, o el animal que su nombre evoca; el tío Licurgo -el "sabio legislador espartano"- y Pasolargo son ladrones del terruño y avezados buscapleitos... Y en El Cerrillo de los Lírios no hay lírios, ni álamos en Los Alamillos, ni flores en Valdeflores, ni caballeros, sino ladrones de pura cepa y pistola al cinto, en la Estancia de los Caballeros. Los alrededores de Valleameno son áridos y desolados, Villarrica es un llano que pre
    gona su pobreza al viajero y Las Delicias es un paraje donde "si todos los que han sido muerto y robados al pasar por allí resucitaran, podría formarse con ellos un ejército".

    Don Benito en ésta novela propone una lectura simbólica de la vida española. Por un lado, tenemos a Pepe Rey, ingeniero, hombre de sólida formación y de ideas progresistas, comprensivo y liberal; y por otro, sus enemigos, que simbolizan a España conservadora y tradicional de cerrazón cultural, fanatismo religioso e hipocresía bien cultivada. Rey, frente a ellos, semejante a un inhábil Quijote decimonónico que pretende cambiar una realidad que, si bien es obsoleta, está firmemente arraigada. Estos habitantes orbajenses de rancio conservadurísmo, en lugar de tratar de enmendar sus claros defectos, eliminan orgullosamente a quienes les señalan esos defectos sociales. Por ejemplo: ante la evidencia de que la ciudad esté plagada de mendigos, los de Orbajosa salen por la tangente espetando que su comercio de ajos, garbanzos y aceite es el mejor de España..., aunque admiten que las cosechas en los últimos años han sido pésimas (caps. V y XI).

    A todo esto subyace una lección moral, y es que las concepciones erróneas y tergiversadas por la falsedad moral y la vorágine de la ira, la codicia y l
    a envidia, irrevocablemente conducen al desastre.

    Benito Pérez Galdós


  2. Amy Foster - Joseph Conrad

    martes, 16 de febrero de 2010


    Amy Foster (1901)
    Joseph Conrad

    No suele ser la norma, pero en bastantes ocasiones el cine ha hecho un flaco favor a la literatura. Lo digo porque muchos espectadores, al ver una adaptación cinematográfica de
    una obra literaria, creen ingenuamente que ya no es necesario leerla y, en definitiva, caen en el error de juzgar y catalogar la literatura mediante el cine. Creo que Amy Foster es un ejemplo de ésto, pues muchos son los que, tras ver esta película, han considerado de corte romántico este relato de Conrad. Sin embargo, nada más lejos de la intención de Joseph Conrad al escribir esta novela corta. Es más, en la obra no hay ni un solo diálogo entre Amy y Yanko, ni una sola escena romántica -si es que la observación de un comentarista objetivo viéndoles pasear juntos puede serlo-;unicamente están solos en escena en una ocasión y ésta está lejos de ser ni tan siquiera "cariñosa", ya que en ella se nos presenta a Amy "espiando hasta el menor movimiento o voz del marido, con terror, con el más irracional terror de aquel hombre que no llegaba a comprender". Y en la misma, cuando él le insta, le concomita, le ordena a Amy que le de agua -Yanko está medio muerto, con una fiebre altísima, pero ella no comprende sus palabras-, no hace sino "aumentar el miedo que aquel hombre raro le inspiraba".
    Y esto de romántico más bien poco.

    El caso es que final de esta lectura me sobrevino la inquietante impresión de que toda la vida de Yanko -todo su dolor, su desesperación, sus inquietudes, sus miedos, sus alegrías, todo- tuvo como fin último darle un hijo a Amy Foster.

    Ella, la mujer que le devolvió con media hogaza de pan blanco a la vida y que restableció su fe en la humanidad a través de la compasión femenina. Ella, quien al cabo, es la misma mujer que le arrebata esa vida, abandonándole en el último instante, huyendo con el hijo en brazos, perseguida por el hombre a quien salvó del hambre, la desesperación y la soledad... No parece sino que Amy lo hubiera sabido de forma inconsciente,
    y de ahí su compasión y su falta de temor ante el hombre extranjero, absolutamente diferente a lo que ella ha conocido durante su vida.

    Es como si el Destino hubiera urdido el plan: unir la civilización que ella representa y la barbarie que Yanko personifica (el doctor Kennedy compara a Yanko, al menos en dos ocasiones, con una criatura selvática) y que para llevarlo a cabo a Amy Foster le hubiera sido concedida la virtud de la compasión.

    Yanko es el conquistador ya conquistado de antemano,
    mucho antes de partir desde sus montañas de los Cárpatos a la tierra prometida de América. Naufrago en el mar del Norte acaba en un pueblo de la costa de Inglaterra, donde nadie le da ni tan siquiera la oportunidad de dar a conocer su cultura -su lengua, sus costumbres, sus bailes-. Cortan de raíz sus intentos de expresión, no le permiten ni aceptan que Yanko sea él mismo. Su aceptación en la comunidad es cuestión de tiempo y de oportunidad, pero cuando ésta se le presenta, aun siendo bien aprovechada, no es completa. Le sobreviene gracias a que salva la vida de una niña. Las gentes se muestran agradecidas, recompensándole sobretodo de forma material: le pagan un salario fijo, permiten su boda con Amy, les regalan una casita con terreno, pero continúan cerrados herméticamente al carácter del estranjero. Ni siquiera Amy, cuando ya es su mujer, trata de aprender su lengua y su cultura, demostrando una cerrazón que roza la estupidez y que ni el amor es capaz de quebrar. Es la barbarie afrontada desde la incultura y la ignorancia.

    Con arreglo a la actitud de Amy hubo un detalle que en parte sí me gustó de la película..., y es que si bien el Dr. Kennedy no juzga abiertamente en la novela, sí lo hace en el film, y de ahí su desprecio hacia Amy. Esa forma de pensar del doctor es algo que solo se puede apreciar entre líneas en el relao de Conrad, es decir, el juicio moral que el autor sugiere es ofrecido sin ambages en la película, pero siempre dejando en manos del espectador la decisión de condenar o no la actitud de Amy Foster para con su marido Yanko.
    Entender a Amy o no entenderla, juzgarla o condenarla...

    Puede que así lo quisiera el Destino, puede que la muchacha no llegara a más, pero ahí nos queda la metáfora del salvaje en tierras -supuestamente- civilizadas y la sospecha de que todo acto de compasión no queda sin compensación... sea ésta del orden que sea.

  3. Carta de una desconocida - Stefan Zweig

    lunes, 15 de febrero de 2010





    Carta de una desconocida
    (Brief einer unbekannten, 1922)
    Stefan Zweig
    Traducción de Berta Conill.
    El Acantilado. Barcelona, 2002.


    Por segunda vez he leído esta novela corta y por segunda vez me ha vuelto a fascinar. Es la historia de una pasión secreta que no deja indiferente. Da pie a tantas cuestiones de orden sentimental que hace que la historia no corra el riesgo de perderse por los vericuetos del olvido.

    La cuestión principal, la duda más insidiosa, quizás sea el por qué del silencio hasta la muerte de la mujer que se desintegra lentamente en el fuego de una pasión no correspondida. Entregarse en cuerpo, en alma y sin contemplaciones, a un hombre que, pese a varios encuentros amorosos, no es capaz de recordala... Es terrible. Pero lo peor no es eso, sino que ella, pese a su tenacidad y constancia, no lucha, sino que se mantiene impertérrita en las sombras, escudada por el silencio, espiando desde el olvido al que la condena el objeto de su obsesión, de su pasión. La resignación de esta mujer es aterradora.

    Es al final de su vida cuando se atreve a escribirle a "R" y ¡por fin! contarle el amor que le ha inspirado a lo largo de 15 ó 16 años de su vida, desde que le vio por primera vez con solo 13 años de edad. No puedo evitar pensar que es cruel no haberle revelado la existencia de ese hijo mutuo, fruto de una noche de vorágine pasional y obsesiva. Pese a ello, las palabras que se repiten al principio de cada capítulo, en forma de estructura pararelística que unifica el motivo principal de la carta, no son sino desgarradoras.

    Sin duda, esta novela es una vivisección magistral del alma de una mujer. Y, por la complejidad de la misma, para comprender toda una vida dedicada a una pasión escrita en dos docenas de cuartillas... hay que leer entre líneas.


    Joan Fontaine en "Carta de una desconocida", adaptación de la novela dirigida por Max Ophüls en 1948.

  4. Pedro y Juan - Guy de Maupassant

    domingo, 7 de febrero de 2010

    Pierre et Jean (1888)
    Guy de Maupassant


    Pedro y Juan es la cuarta novela de Guy de Maupassant. La concibió en el verano de 1887, pero no fue publicada hasta enero de 1888. Es una novela breve en cuyo prólogo -titulado La novela y que en su momento levantó ampollas- el autor trata el tema de la novela naturalista.

    En esta ocasión quiero centr
    arme en la historia en sí, que me ha parecido una pequeña delicia por el análisis psicológico al que Maupassant somete a sus personajes, dejando abiertos los resquicios pertinentes para que el lector decida sobre qué pensar con respecto a los mismos. Ésta es una historia simple, no tiene grandes complicaciones argumentales. En ella se narra cómo las apacibles vidas de los miembros de la familia Roland se ven alteradas cuando Juan, uno de los hijos, recibe una cuantiosa herencia de Maréchal, un "viejo amigo de la familia". Su hermano Pedro, que se halla en una situación económica no muy desahogada, comienza a reflexionar sobre el por qué solamente Juan recibe la herencia, sin que ésta sea repartida entre los dos hermanos, pues Maréchal guardaba el mismo afecto hacia ambos... Y esa reflexión conducirá a Pedro hacia un descubrimiento que destrozará la aparente unidad familiar de los Roland. Aunque, eso sí, jamás se romperán las apariencias.
    Jamás.

    Ni siquiera ante la futura nuera de los Roland, Mme. Rosémilly. Y esto no deja de ser significativo y da qué pensar. Por ejemplo, sobre la verdadera causa
    del por qué los Roland, una familia de burgueses acomodados que regenta un comercio de joyas en París, se traslada a Le Havre.

    Pero veámoslo a través de sus personajes:

    Gérôme Roland
    , el pater familias.
    Es el único personaje que no goza de descripción física, por simple que sea. Tampoco sus amigos personales, el capitán Beausire y Papagrís, a. Jean Bart, se nos describen. Es un antiguo joyero de París cuyos ahorros y rentas le han permitido retirarse a Le Havre para dedicarse a su gran pasión: la pesca. Es lo único que le mueve, lo demás es bruma marinera. Así que una de dos: o bien es un tipo brillante y de genio encubierto que se hace pasar por un ablandabrevas para que le dejen en paz con su monomanía o bien es un pobre hombre, pusilánime que vive feliz dentro de su burbuja de ignorancia, que es lo más probable. Pero, ¿y si monsieur Roland supo que su mujer le engañó con Maréchal y que Juan no es su hijo? En ese caso, hubieran podido largarse de París solo por guardar las apariencias de familia feliz y sin mácula, y no por el gusto de retirarse de la vida parisina para ir a pasar el resto de su vida pescando.
    Me temo que nada más lejos de la realidad que nos presenta Maupassant... Gérôme Roland es un padre despreciado por sus hijos, su mujer y su
    futura nuera. Todos toman decisiones que no le explican hasta ya bien tomadas y aún si no se olvidan de comunicárselas. Una nulidad de hombre. Feliz, eso sí.

    El caso es que al final todos los personajes principales evolucionan en mayor o menor medida. Todos menos Gérôme Roland. Es también el más feliz dada su ignorancia: No sepas, no indagues, no te inmiscuyas, mantente en un saludable estado ignaro ante la vida, y te salvarás. Ni envidiado ni envidioso, ni amante ni amado, monsieur Roland camina por la vida de puntillas, sin ruido y sin levantar el polvo del camino. Una vida suave y sin sobresaltos. Un hombre anodino. Un pobre hombre, a secas.


    Louise Roland, esposa de Gérôme y madre de Pedro y Juan. Tiene unos 48 años, pero no los aparenta. Parece más joven, tal vez se cuida, a pesar de la vida retirada de París. Quizás durante esos años de retiro se cuidaba con la esperanza de que su antiguo amante regresara a por ella, pero lo desconocemos. Maupassant no da pistas porque no es necesario: el nucleo de la trama no son las circunstancias de los padres, sino la de los hijos, Pedro y Juan.
    Louise no me ha convencido. Creo que tiene demasiada tendencia a la vida fácil y cómoda, a la espera resignada de matrona respetable con esqueleto en armario propio. No es justa con su hijo Pedro (¡lo de permitir que Juan, ya enriquecido, también reciba la parte de la he
    rencia de monsieur Roland es escesivo!), no es valiente, no es concecuente con sus actos. Y creo que lo más triste es que no trata de hablar con su hijo Pedro. Puede que su matrimonio fuera un fracaso, pero Pedro y Juan no tienen por qué pagar las cuentas.
    Pedro Roland. El hijo mayor, tiene 30 años, cinco más que su hermano Juan. Es moreno, fibroso, de cuidadas patillas, bigote y perilla afeitados. Los adjetivos que el definen en la obra son: vehemente, exaltado, inteligente, rencoroso, mudable, tenaz e idealista. Estudió medicina tras media docena de intentos frustrados en busca de su verdadera vocación. Todo lo contrario a su hermano

    Juan Roland. De unos 25 años, rubio, alto, muy barbudo. Licenciado en derecho.

    Ambos hermanos "se quieren, pero se vigilan". La competitividad es inherente a sus acciones. hasta la llegada de la herencia de Juan, que es la gota que colma el vaso; la superficie se tensa y se agrieta tantas veces que se acaba resquebrajando.
    Me llamó la atención un pequeño detalle del capítulo I referente a los brazos de ambos hermanos. Los de Pedro son velludos, un poco flacos pero nervudos, mientras que los de Juan son sólidos, gruesos y rosados, com los músculos abultados. Parece un reflejo de sus caracteres. ¿En qué brazos se podría confiar más plenamente? Louise no lo duda: se inclina hacia el hijo nacido del amor. Sin embargo son tantos los detalles susceptibles de análisis... Y Maupassant no nos da el resultado del paso del tiempo: los destinos de los personajes es algo que debe dilucidar el lector por sí mismo.

    Mme. Rosémilly.
    Es un personaje muy propio de este autor, ¡y qué pena que no lo explotara más! Basta con ver los cuadros del salón de su casa para hacerse una idea (cap. VIII). Es una adinerada viuda desde hace dos años -en el tiempo de la historia- y solo tiene 23 años. Rubia, esbelta, ojos azules, de expresión "levemente atrevida, resuelta, batalladora, que no concordaba en absoluto con la prudencia y el orden de su espiritu". Una mujer inteligente que "conocía la vida por instinto, como un animal libre, como si hubiera vivido, sufrido, comprendido y pesado todos los acontecimientos posibles, que juzgaba con mente sana, justa y benevolente". Es una descripción que las promete felices desde el primer capítulo, pero la cosa queda ahí, pues no se hacen más análisis de ella en lo que queda de obra.

    Aunque merece recordar un detalle que me resulto bastante hilarante: en el capítulo VI, cuando Juan se le declara, ella le da la vuelta a la situación con tanto brío y arte, que de buenas a primeras Juan "se sintió atado, casado, con solo veinte palabras" (...). "¡Ya estaba hecho!". Lista, sí, señor... Y tal vez ella no herede la mentira, la traición de ese nombre que en un futuro cercano adoptará: Mme. Roland. Pero nada lo asegura. Casi parece posible, pero tampoco importa, porque Juan la perdonará. Él siempre perdonará, perdonó a su madre y perdonaría a su mujer.

    Sin embargo, ¿qué será del día a día de Louise Roland, Juan y Mme. Rosémilly? ¿Algún día ésta última conocerá el secreto de Maréchal no se llevó a la tumba? ¿Podría ella engañar a su marido, declararle como suyo el hijo de otro hombre?... ¡Nunca lo sabremos!

  5. El color amarillo del adulterio

    miércoles, 3 de febrero de 2010

    Emma Bovary en el museo de Louis Couperus

    El amarillo se asocia al adulterio cuando se rompen los vínculos sagrados del matrimonio, a imagen de los lazos del amor divino, rotos por Lucifer.
    Chevalier, Jean & Gheerbrant, Alain. : Diccionario de símbolos, ed . Herder.2003.

    Desde luego Lucifer, cómo no:
    - "¡Quién te trae por aquí?" - preguntó Rodolphe.
    - "El diablo"- respondió Emma.


    Cuando se lee Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert hay algo que llama la atención -sobretodo teniendo en cuenta que Flaubert jamás dejaba ni un cabo suelto en sus obras-: la presencia del color amarillo en la vida de Emma Bovary. Ese color está en todas partes: desde las cortinas que dejan pasar "suavemente una densa luz rubia", hasta los vestidos y guantes, sin olvidar el paisaje e incluso la famosa Golondrina, el coche que tantas veces la llevó hacia los brazos de Leon Dupois en Rouan, era un enorme armatoste de color amarillo.

    Uno de los instantes en los que el color amarillo da claras muestras del porvenir adúltero que anuncia es cuando Emma ve por primera vez a Rodolphe Boulanger. Él lleva guantes amarillos, mientras que ella viste un vestido amarillo. En el primer contacto de estos futuros amantes, ambos quedan unidos por el color amarillo. Flaubert nos llama la atención sobre el detalle del vestido de Emma:

    "Emma (...) en el movimiento que hizo al inclinarse el vestido (era un vestido de cuatro volantes, amarillo, largo de talle, ancho de falda), el vestido se extendió en torno a ella sobre los ladrillos de la sala; y como Emma, acurrucada, vacilara un poco apartando los brazos, los bullones de la tela se hundían a intervalos, según las inflexiones de su corpiño."

    Esto por lo que respecta a Rodolphe, pero ¿y con Leon Dupois? También. Baste recordar el reencuentro, tras tres años de separación, entre Emma y Leon, en un teatro de Rouan. Emma lleva esa noche unos guantes de color amarillo. Apoya las manos enfundadas en los guantes, las palmas extendidas, las manos tensas. Parecen un reclamos, esos guantes. Hacen pensar en Margarita Gautier y sus camelias...

    ¿Y las cortinillas de lona amarilla del coche en el que Emma y Leon hac
    en el amor en un eterno paseo por toda la ciudad?

    Y el golpe final: el papel donde Emma lee que sus muebles están en venta, por deudas, es amarillo. El culmen. El amarillo de la traición que se halla para Emma en los momentos de prometedoras pasiones y futuras desgracias.

    Otra heroína que comete adulterio es Effi Briest (Theodor Fontane, 1895). Mientras en el capítulo XVII ella pasea a caballo con Crampas el narrador llama
    la atención sobre

    "el amarillo chillón de las siemprevivas" que "resaltaba nítidamente pese a su afinidad cromática, contra el amarillo de la arena de la que habían brotado"


    O en el capítulo VII de La Regenta (1884-85) de Leopoldo Alas Clarín, cuando Álvaro Mesía medita sobre el lugar idóneo de encuentro con Ana Ozores y de forma inevitable piensa que ese encuentro

    "Había de ser en el salón amarillo, en el célebre salón amarillo"


    de los Vegallana, en el que tantos tejemanejes amorosos se llevaban a cuentas, nacían y se deshacían...