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  1. El callejón tenebroso - Jean Ray

    martes, 13 de noviembre de 2012


    "El callejón tenebroso" ("La ruelle ténébreuse") es un relato del escritor belga Jean Ray, incluido en El gran nocturno (Le Grand Nocturne, 1932). No es un relato que se pueda encontrar en muchas antologías, pero leído lo leído, creo que es una de las mejores historias escritas por Jean Ray.



    Entre lo ficticio y lo real, con una fuerte dosis de ambientación orínica, "El callejón tenebroso" es una muestra de terror y ciencia ficción que no deja indiferente al lector, entre otras cosas porque exije de su imaginación para llegar a alguna conclusión. Tiene evidentes reminiscencias a Malpertuis (1943), e incluso a El Golem (1915) de Gustav Meyrink. Este relato está plagado de simbología: un callejón que no existe en el plano existencial; un arbusto de viburno; tres puertas cerradas y amarillas en un muro blanco que se repiten una y otra vez; una escalera que no conduce a ninguna parte - con el tiempo, a un abismo-; continuas simetrías que cuando se quiebran, en un momento dado... conducen al desastre.

    El marco de la historia es uno de los que mas agradaban a Ray. Un narrador, que encuentra varios misteriosos manuscritos por pura casualidad y que los traduce y publica, y que con el paso del tiempo y picado por la curiosidad, trata de desvelar el misterio que éstos atesoran. Las conclusiones quedan a cargo del lector. 

    El narrador nos cuenta cómo encontró un par de cuadernos entre unos papeles tirados en el muelle de Rotterdam. Son dos cuadernos escritos en diferentes idiomas -francés y alemán- y de autores diferentes que al parecer se desconocían "y que sin embargo se hubiera dicho que el manuscrito francés vertía algo de luz sobre la negra angustia que surgía (del manuscrito alemán)". Él los traduce y publica a fin de que el lector extraiga la verdad de lo que pudo suceder en 1848 en Hamburgo durante un gran incendio "que por poco detruye toda la ciudad" (¿tal vez se refiera históricamente al incendio de 1842?). 

    ¿Una de las posibilidades? Trasgos. Pero no solo hubo trasgos. Allí había algo más que no es ni descriptible ni visible ni comprensible ni asimilable.

    El Manuscrito Francés está escrito por un profesor llamado Alphonse Archipètre, quien relata cómo descubrió un callejón que solo él podía ver, el Sankt Beregonnegasse, que es una especie de portal que une dos épocas en un mismo espacio de la ciudad de Hamburgo. Es como si desde el Más Allá la abuela de Archipètre -una enorme anciana de ojos verdes- le hubiera puesto delante ese callejón para que, sin tener que delinquir en la realidad, pudiera conseguir dinero. Es ella la que repone el plato que su nieto roba cada noche. ¿Es esa mujer de ojos verdes una especie de Venus que trata de favorecer los amores entre Archipètre y Anita? ¡Compleja manera de intervenir, como una diosa menor! Pero lo cierto es que Archipètre, necesitado de dinero, decide entrar en ese misterioso callejón para robar en las casas, convencido de que robar en un plano inexistente de la realidad no es un delito. Nadie puede acusarle de robo porque roba en un lugar que no existe en el espacio de la realidad donde vive. Roba en el pasado.  En ese manuscrito, Archipètre relata su experiencia.

    Por otro lado, el Manuscrito Alemán está escrito por una mujer cuyo nombre desconocemos. Quiere dejar testimonio de los acontecimientos que suceden a un tal Hermman. Sabemos que vive en la Deichstrasse (barrio hamburgués), aunque no en qué época. La Gran Amenaza invisible que habita al casa, el barrio, la ciudad entera, la describe como un "Gran Miedo" (¿a la guerra?, ¿el Gran Miedo a qué?). Un miedo que se manifiesta de mil formas..., ¿es el rostro que ve Metta Rückardt, uno de los personajes? ¿Es un fantasma asesiado, o una multitud de ellos, furiosos y homicidas? ¿Trasgos? ¿Es el espíritu del Miedo? ¿O se trata de un simple espíritu atrapado en el tiempo, tal vez la proyección de Archipèstre en otra dimensión, el rostro que Metta ve, ese ser inmaterial, humo gris, al que ayuda la anónima autora del Manuscrito Alemán?

    La gente desaparece o es brutalmente asesinada en ambas dimensiones, y la única persona que tiene acceso a ambas es Alphonse Archipètre a través del callejón tenebroso. Tal vez fue él el culpable de abrir la comunicación temporal, dando vía libre a los trasgos o al Espíritu del Miedo para que desataran la tragedia en la ciudad, dando lugar al descontrol, al desastre, al gran incendio que Archipètre tuvo que provocar para destruir el callejón. 

    Es una lectura muy aconsejable. Muchas cosas me dejo en el tintero para quienes queráis leer y descubrir este relato... Solo espero que algún día se publique una edición de todos los relatos de Jean Ray en España..., ¡sería fantástico!                

       


  2. El pony colorado - John Steinbeck

    viernes, 2 de noviembre de 2012

     
    "Solo un caballo de alma menguada no se resiente en la doma".

    Esta obra ha superado con creces mis espectativas. Solo esperaba de El pony colorado una lectura amena -y lo es-, almibarada y más o menos entretenida; lo que uno espera de un libro cogido al azar para una tarde de domingo. Pero no cabe duda de que es puro Steinbeck, y que lleva su marca a fuego. 


    El pony colorado (The Red Pony, 1933) es una especie de fix-up (éste termino, ay, tan trillado en las novelas de ciencia ficción y que tan complicado es de definir). Son un conjunto de cuatro relatos -El regalo, Las Grandes Montañas, La promesa y El guía de la partida- que pueden leerse de forma independiente y que forman una novela. A través de ellos, Steinbeck nos relata la historia de Judy Tiflin, un muchacho de 10 años que vive en un rancho del Valle de Salinas (California), quizá allá por los años 30 del siglo pasado. Judy vive con sus padres y Billy Buck, un bracero que trabaja en el rancho. Otros personajes son Gitano y el abuelo de Judy. Gracias a ellos, el pequeño irá creciendo, desarrollando sus capacidades y valores y adquiriendo responsabilidades. Es por eso es una lectura muy recomendable para los lectores más jóvenes, en tanto que novela iniciática.

    En un principio el pequeño Judy no asimila la muerte. Solo tiene 10 años y su padre le ha puesto a cargo de un pony muy joven al que aún hay que domar. El muchacho va adquiriendo la responsabilidad de ocuparse de su caballo, pero el animal muere, y Judy reacciona mal. Al final de ese capítulo y principio del siguiente Judy no se sobrepone del todo, pese a las apariencias, y se vuelve cruel con los animales. Esos pasajes tan crudentos me sobrecogieron, porque me hicieron recordar aquel demoledor relato de Roahl Dahl, El cisne (The Swan, incluido en Historias extraordinarias, 1977). Las historias intermedias (Las Grandes Montañas y La promesa) suponen un desarrollo evidente en el crecimiento de Judy. Aparece en escena un misterioso personaje, Gitano, y la radical e inevitable actuación de Billy Buck en el nacimiento de un potrillo que implica la muerte de su madre hacen madurar a Judy a base de duras lecciones. Finalmente, en El guía de la partida, el muchacho es capaz ya de postergar la batida contra las ratas del heno ante la necesidad de su abuelo de una limonada que el propio Judy le ofrece.  Ese final, un tanto abrupto, supone la capacidad de empatía hacia los demás. Presumiblemente también hacia los animales, excepción hecha a las ratas, dadas las circunstancias. Judy se demuestra incluso más humano que Carl, su padre, en relación a su abuelo. 

    Al final de la obra me reconcilié con Judy. Aquel crío de diez años que era poco más que un gazmoño de absurda rebeldía (me estoy acordardo del zorzal descuartizado) se gana el respeto del lector. Porque, a fin de cuentas, "solo un caballo de alma menguada no se resiente en la doma"




  3. El muñeco - Daphne du Maurier

    martes, 3 de enero de 2012









    Traducción de Marian Womack
    Prólogo de Pilar Adón
    Editorial Fábulas de Albión
    ISBN: 978-84-939379-0-4
    Octubre 2011




    Hay quienes sentimos una especie de rechazo visceral, instintivo, e irracional fascinación hacia los muñecos
    (los de trapo o corte naïf no cuentan para el caso). Cuanto más realistas, peor. Y ya si son de tamaño natural, esa incomodidad que provocan roza casi el delirio...
    Es por eso que en esta selección de relatos, que el nuevo sello editorial Fábulas de Albión nos ha brindado a los lectores pirrados por la novela gótica inglesa, uno de los que más impresionan es el de El muñeco (c.1928).
    Daphne Du Maurier (1907 - 1989) acertó de pleno. Es aterrador. De solo recordarlo, me ha recorrido un escalofrío por la espalda. Ciertamente no es el primer relato que se escribe sobre muñecos, ni será el último*. Los muñecos, que en principio remiten a la infancia y a unos valores tan positivos como la inocencia, la diversión, la compañía, se trasforman, en los terrores de la madurez, en algo tan negativo como la venganza, los celos, el abandono y la desconfianza. Ésta la historia de una obsesión, como en tantos escritos de du Maurier. La tensión se hace insoportable hasta que el lector descubre, al mismo tiempo que el narrador, qué es lo que sucede con la apasionada, comedida y carente de alma Rebeca (un nombre muy conocido por los seguidores de lady Daphne). Es perturbador.

    Y no es el único relato de esta selección capaz de rozar las telas más sensibles del cárdias. Hay un grupo que toma como punto de inflexión las relaciones entre hombres y mujeres, siempre desde la perspectiva femenina, que inquietan al más pintado: "Una diferencia de carácter", "Frustración", "Gato doméstico", "Y sus cartas se volvieron más frías" o "Nada duele mucho tiempo"...
    Además, quienes se entusiasmaron con la lectura de Rebeca (1938) encontrarán bastantes guiños en esta selección, en relatos como "El muñeco" o "El Valle Feliz", una especie de Manderley soñado. Así como también la esencial simbología que Du Maurier le otorgaba a la naturaleza (ay, los rododendros) y al mar, ese mar capaz de desequilibrar y de provocar visiones futuristas, siempre sembrado de vida y muerte.



    Como señala Pilar Adón en su magnífico prólogo, ningún personaje se libra de las sombras. ¡Y cuánta soledad, deseperanza y desolación trasmiten estas mujeres! No es un terror para mirar bajo la cama, cada noche, en las tinieblas de un dormitorio, sino un terror diario, común, oculto bajo los plieges de la piel. De todas las pieles.


    En la narrativa corta de Daphne Du Maurier hay muchas cosas que contar, pero que no están concebidas para explicar, lector. Las explicaciones tendrás que hallarlas tú mismo en su lectura.
    Yo, por mi parte, no revelaré nada. Solo me cabe corroborar lo que Julia asertaba en su reseña sobre esta obra (¡¡Libros, libros!!) , desearte feliz lectura... ¡y que los fantasmas cotidianos no perturben tu sueño!




    *
    Son muchos los autores que han aprovechado esa fascinación para crear relatos de terror: Mérimée (La Vénus d´Îlle, 1837), Thomas Hardy con Bárbara de la Casa de Grebe (Barbara of the House of Grebe, perteneciente a A Group of Noble Dames, 1891), Vernon Lee y La muñeca (The Doll, apareció como The Image en The Cornhill Magazine en 1896) o Algernon Blackwood (La muñeca,The Doll, 1946). Ann Rayd, en su novela Los que vivimos, hacía que su protagonista, Kira, besara estaduas siendo adolescente... Por no mencionar a Chuky, el Muñeco Diabólico (Child´s play, 1988: Tom Holland) o a Pinocho (Carlo Collodi, 1882-1883), si bien éstos andan muy lejos de rozar tan siquiera la perfección...



  4. El lecho de Procrustes en Edén

    miércoles, 16 de noviembre de 2011



    Edén -
    Stanislaw Lem
    (Eden, 1959)
    Editorial Alianza, 2005.
    Trad. Luis Pastor Puebla.



    "Fue un error en los cálculos. No había sobrevolado la atmósfera, sino chocado con ella". Así que la nave perdió el control al entrar en contacto con la estela de gas del planeta Edén, y los seis tripulantes de la nave colisionaron con el planeta de la forma más aparatosa que uno pueda imaginar: clavándose, literalmente, 40 metros en la tierra. Una forma muy espectacular de anunciar que se acaba de llegar a ninguna parte, máxime si no se está invitado. Sin embargo los tripulantes consideran que ni el ruido ni el choque han sido lo suficientemente espectaculares como para que los habitantes de Edén se den por enterados, y considerando que Edén es un planeta más pequeño que la Tierra y que la nave ("cohete" le llaman) tenga más de 110 metros de eslora, pues no se yo... En principio este hecho sorprende por su ingenuidad, si bien resulta relevante para el significado o el planteamiento de la novela, pues da la clave de su lectura, advirtiéndose que no predominará tanto la aventura como el hecho de entrar en contacto con una civilización desconocida.

    No me voy a entretener en argumentos, así que si me lo permitís, os remito a Sitio de Ciencia Ficción, donde se comenta estupendamente. Solo querría resaltar algunos aspectos que me han llamado la atención. Por ejemplo, los conceptos básicos que priman en Edén: la apabullante aplicación de la idea de que la información es poder y el concepto de cama o lecho de Procrustes. Apenas se cita ésto último casi al final de la obra, cuando "traducen" las palabras de un edenita o "doble", como Stanislaw Lem denomina a las habitantes de Edén, pero basta imaginárselo
    aplicado a un sistema de gobierno en todo un planeta para poner los vellos de punta. Allí el gobierno, que es anónimo -"el tirano sin rostro", como si no existiera-, es un sistema de tiranía ética e intelectual absoluta, en la que no se toleran juicios o acciones que no coincidan con lo establecido, lo politicamente correcto en el sistema edenita. Toda información es manipulada.
    "Un abuso extremo de la teoría de la información (...). Ha resultado ser un instrumento que puede inflingir torturas mucho más terribles que todos los tormento físicos". (Cap. 14).


    Es terrorífico. No se explica qué clase de torturas se aplican, pero tampoco hace falta. Me recuerda muchísimo a la Habitación 101 de 1984 de George Orwell. Y claro, no hay movilizaciones ni deseos de liberación por parte de los dobles, porque "para que pueda surgir una organización deben existir antes medidas de comunicación". La hipocresía está a la orden del día. Sin ella, la convivencia sería imposible.

    Por ejemplo, El Programa de Modificación Biológica. Se crea hace unos 50 años desde la llegada del hombre a Edén y aún perduran las consecuencias con la "aparición de individuos sin ojos y de otros con un número de ojos variable, de individuos sin capacidad de supervivencia, degenerados, sin naríz, y un considerable número de minisválidos psíquicos", "difieren en el número de dedos o en el color de la piel". Este proyecto, en teoría, se puso en marcha para mejorar la especie y luego fue abandonado. En el tiempo de la historia no existe y no se puede hablar de ello, considerándose las mutaciones como una enfermedad, una epidemia. Los infectados se exilian al sur del planeta, en una especie de poblado-manicomio donde guardan a sus enfermos, o más al oeste, donde las matanzas y los exterminios parecen ser lo habitual. (El pasaje de la guerrilla en el escenario de las estatuas y de la plantación es impresionante).

    Al llegar el hombre los dobles tardan bastante tiempo en reaccionar pese a que son conscientes de su llegada. Y como el hombre va haciendo amigos al más puro estilo de Atila allá por donde pasa, los habitantes de Edén acaban por tratar de aíslar la nave en una especie de acto terrorista.

    "No necesitamos de ellos, y ellos no han podido encontrar otra forma mejor de darnos a entender que no desean nada de nosotros" (cap. 9).

    Quieren preservar su sistema a toda costa, bien repantingados en su lecho de Procrustes, ignorando en la medida de lo posible a los humanos, en lugar de tratar de concerles. Realizan una estatua con figura humana supongo que para darles una imagen a evitar a la población, pero asedio aparte, no van más allá. Los edenitas que gobiernan ignoran a los humanos.

    Después están las cuestiones sin resolver y sin ampliar, claro. En Lem no podían faltar, lo que hace más apasionante el mundo que crea: los cálices que sirven como almacenaje de alimento, la cortina que guarda a la Fábrica Abandonada, la fauna y flora, el museo de esqueletos, etc. En ocasiones la Ciencia Ficción tiene mucho de género de terror y la intriga aquí a veces se hace insoportable. Lem es un maestro es este aspecto, y el lector desespera por no comprender lo que es Edén, lo que sucede allí. En definitiva, él es el creador, y quien ha de tener todas las respuestas. Pero no hay tregua, todo son hipótesis.

    "Tenemos ante nosotros una civilización que se ha desarrollado durante 50 siglos, por lo menos. ¿Y nosotros vamos a comprenderla en unos días?" (Cap. 8)





  5. Las puertas de seda - Olalla García

    jueves, 13 de octubre de 2011



    Acabo de regresar del imperio sasánida con una guía de excepción, Olalla García, por obra y gracia de su segunda novela,
    Las puertas de seda (Espasa, 2007). Es una novela histórica ambientada en la Persia del siglo I d. de C. La historia se desarrolla concretamente en el año 259 d. de C., cuando el emperador Valeriano y Sapor, rey de reyes, se enfrentaron en una batalla que reestructuraría los limes del imperio romano.

    Lo mejor de esta novela son los giros de su trama y sus personajes. Sin duda. Los protagonistas son dos hermanos antioquenos, Eurímaco y Heraclea, que tendrán que iniciar su particular viaje de iniciación en la vida para acabar siendo quienes realmente son. He leído en algún sitio una frase:
    "Eurímaco se alistará en el ejército romano y Heraclea tendrá que sobrevivir en un harén persa". Sí. Es indiscutible; sucede eso. Sin embargo, no es suficiente, está muy lejos de trasmitir por lo que pasan estos personajes. Hay que conocerles personalmente. Y aviso que Olalla García no se anda con paños calientes a la hora de poner a prueba a sus criaturas. Hay encuentros, desencuentros, búsquedas, hallazgos y pérdidas, muchas perdidas de todo tipo, clase y condición -algunas de las cuales incluso al lector más avisado le pueden pillar por sorpresa-. Hay giros en la trama que me han pillado desprevenida en más de un párrafo o capítulo. Y una de dos: o a mí me faltan trabas o es que realmente son soberbios.

    Hay un personaje en concreto, Temistio, más conocido como Ocípodo, que...
    Pero no.
    Qué ley.
    Sufre, lector, y descúbrelo por tí mismo para poder juzgar la historia de Ocípodo. Merece. Y ojo, que se trata de un personaje secundario, ¡qué no pasará entonces con los principales! Me ha parecido una novela con una intriga inteligente, suspense estratégico (algunos pasajes son desaconsejables para cardíacos), con una muy buena ambientación histórica (¡he buscado mapas!, hasta ese punto me ha arrastrado) y de personajes inolvidables que se gastan un sentido del humor de esos que arrancan más de una sonrisa de complicidad.
    Y eso, la verdad, se agradece.
    Éso, y el amor por la palabra, que Olalla derrocha a manos llenas.

    Para mí ha sido todo un descubrimiento; tanto, que ya ando tras su última novela,
    El jardín de Hipatia (Espasa, 2009).

    ¡Así que por todos los deván de Ahrimán!, espero que la leáis y juzguéis vosotros mísmos.
    Que Ohzmad os ilumine.


  6. Solaris: ¿experimento o venganza?

    jueves, 23 de diciembre de 2010



    Solaris es una de las novelas de ciencia ficción que más me impactan, no ya solo por la historia en sí misma, sino por la trama y la maestría incuestionable de Stanilav Lem para desmarcarse de algunos interrogantes que surgen a raíz de la historia. Cuando acabas de leer la última frase, levantas la vista y respiras hondo -no leerás Solaris en vano-, las cuestiones que Lem deja sin respuesta te asaltan de golpe y porrazo.
    Ahí están, ahí te las encuentas a tu discreción particular: ¿qué sucedió con los robots para que fueran relegados a los sótanos de la Estación Solaris?, ¿a quién veía Snaut, quiénes atormentaban a Sartorius?, ¿por qué siempre son tres las personas "reales" que habitan la Estación a un tiempo?, ¿cómo es que después de cada visita de las "Creaciones F" o "Visitantes" se tiene la piel quemada?, o ¿por qué Kelvin acepta desde un principio la presencia de Harey, una vez asimilado que no se trata de un sueño?...
    Ese viejo truco de no dar todas las respuestas le aporta al relato un elevado grado de verosimilitud. Además, para reforzarla, Lem recurre al tópico de la pseudo-bibliografía solariana, crea completísimos estudios solaristas, libros apócrifos incluídos. No se ovida de los tecnicismos tampoco: politera, fuliginoso, metamorfo, sincitialia, ongus, mimoides, fungoides, ágilus, vertérbridas, etc.

    Existen tres aspectos de la novela que me han llamado mucho la atención: las características de Solaris como planeta (es un planeta-océano, al igual que Dune o Arrakis de Frank Herbert era el planeta-desierto), las "creaciones F", así como las maneras de enfrantarse a las mismas por parte de la tripulación, y el capítulo del viejo mimoide, que presenta al planeta como un ente vivo.

    Al final todo queda en el aire, nada se resuelve, el final es abierto. Es desesperante pero esperanzador a un tiempo: Kelvin decide basar su vida en una esperanza, hasta el día de su muerte. Hasta cierto punto comprende el fenómeno Solaris, y si bien no lo concibe como a un dios -imperfecto y falible-, sabe que solo de Solaris podrá sobrevenir el milagro: Harey. Por su parte, es posible que Solaris comprenda y obre la gracia, pero no parece probable después de todo: Solaris no comprende. Solo juega. Y experimenta.
    Entonces surge la gran incognita: ¿Tiene la conciencia un fin práctico? ¿Dios ha creado la conciencia en el ser humano para que éste recapacite sobre sus acciones y no cometa en el futuro los errores del pasado y evitar un mal que pueda darse? ¿O se trata de un dios falible que solo experimentaba? Solaris va más allá, y esa conciencia la convierte en algo sólido, la personifica. Después, se desentiende. Un experimento. Un juego que se abandona al tiempo que pierde el interés de la novedad.
    Si Solaris fuera Dios...



    Solaris, de Stanislaw Lem. Editorial Impedimenta, 2010.
    Traducción de Joanna Orzechowska.
    Introducción de Jesús Palacios.

  7. JACQUES LANTIER

    lunes, 9 de agosto de 2010



    Jacques Lantier (1843 - 1870) es el segundo hijo de Gervaise Macquart y de Auguste Lantier. Cuando nació su madre solo contaba con 15 años. Sus hermanos son Claude Lantier (nacido en 1842; su historia se desarrolla en La obra) y Étienne Lantier (nacido en 1846; Germinal) y con su hermanastra Anne Coupeau, alias Naná, nacida el 30 de abril de 1854, fruto del matrimonio entre Gervaise y Coupeau (La taberna).

    La historia de Jacques Lantier se desarrolla en la novela
    La Bestia humana (1890), entre el periodo de tiempo que trascurre entre febrero de 1869 y julio de 1870, cuando muere arrollado por el tren que conduce: a raíz de una pelea que mantiene con su fogonero, Pecqueux, ambos caen a la vía. Jacques solo tiene 26 años al inicio de la novela.

    Curiosamente, Jacques, pese a ser hijo de Gervaise y Lantier, no aparece muy citado en La taberna, publicada en 1877, pues al parecer Zola "inventó" a este personaje por conveniencias de su serie de los Rougon - Macquart, algunos años más tarde. De esta manera, cuando Gervaise y Lantier se trasladan de Plassans a París en la primavera de 1850, Jacques permanece en Plassans bajo la tutela de Tate Phasie*, una prima de Lantier. Jacques entonces solo contaba 6 años, y para él sus padres "desaparecieron". Zola trasmite cierta sensación de abandono, pero en ninguna ocasión Jacques parece echar de menos la presencia de sus progenitores, y considera que si ha salido adelante en la vida ha sido gracias a la tía Phasie. Así, tras sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios y dos años en el ferrocarril de Orleans, Jacques se convierte en maquinista de 1ª clase en la Compañía de Ferrocarriles del Oeste. (
    capítulo II de La Bestia humana).

    La tara hereditaria de Jacques es que "siempre le había trastornado el deseo, viéndolo todo rojo". No puede desear a una mujer sin ansiar su posesión absoluta, no ya solo mediante el sexo, sino a través de la muerte: su obsesión es degollarlas. Su locura asesina surge a los 16 años y hasta los 26 no la ve cumplida. Durante esos 10 años lucha contra su monomanía con notable éxito, pero se abandona tras enamorarse de Séverine Aubry**. Con eso queda demostrada la teoría del destino marcado en la sangre de esta familia...

    Como nota curiosa: cuando en 1869 y 1970 Jacques vivía su historia particular de amor y muerte, aún está pasando lo que le acontece a su hermano Claude Lantier en La obra (entre 1863 y 1876)... y ya su hermano Étienne bajó al Voureux, en Germinal, pues la historia minera del poblado de
    Deux-Cent-Quarante comenzó en 1866.


    * Tate Phasie, casada en segundas nupcias con Misard, quien la asesina envenenándola con matarratas. De su primer matrimonio tiene dos hijas: Flore y Luisette. También sus historias se desarrollan en La Bestia humana.

    ** Séverine Aubry, casada con Roubaud. Ambos, junto con Jacques, son los principales protagonistas de La Bestia humana.

  8. Bel Ami - Guy de Maupassant

    viernes, 23 de julio de 2010

    Bel-Ami (1885)


    George Duroy, que ostenta con orgullo el sobrenombre de Bel Ami - traducirlo sería un insulto para el lector- es el paradigma del "trepa" que alcanza un deslumbrante éxito social sirviéndose de las mujeres. De ser un don nadie cuyas perspectivas en la vida apenas iban más allá de ser mozo de cuadra, a multimillonario en apenas 3 años.

    Bel Ami medra en un medio en el que es un absoluto neófito: el periodísmo. Pero éso es solo lo externo, la pátina que recubre y esconde la esencia, la excusa mediante la cual Duroy seduce, engaña y manipula a su antojo y beneficio las conquistas amorosas que va cosechando a lo largo de la novela. Éstas conquistas son 5 mujeres: dos esposas, Madeleine Forestier y Suzanne Walter, y tres amantes, una tal Rachel, del Folies Bergère -la única con la que se muestra inexperto, por ser de las primeras-, Clotilde Marelle y Mme. Walter.

    No obstante, habría que ver hasta qué punto son "conquistas" de Bel Ami, y no al revés, pues son ellas quienes le eligen y él quien decide dar el primer paso. Después son ellas quienes les allanan y despejan el camino.

    Si tenemos presente que a finales del XIX la mujer está totalmente delimitada socialmente en su papel, ya sea como madre, esposa o hija, pero siempre dependiente del hombre, no deja de llamar la atención el tratamiento que Maupassant le da en esta novela. Todas ellas tienen sus propios caracteres y actúan conforme a sus creencias, son individualidades, viven sus pasiones de forma autónoma, independiente del medio en el que viven atadas, y ni los maridos ni los hijos las estorban para desatar sus
    deseos eróticos. Así, Mme. Walter, que no es precisamente un dechado de orgullo femenino, pierde la cabeza por Duroy, pero su medio -su marido, sus hijas, sus amistades- no le supone un obstáculo. Y eso que es un ejemplo perfecto de lo que para Ortega era el estar enamorado, es decir, Mme. Walter vive en un continuo estado de idiotez. ¿Y qué decir de Clotilde de Marelle? Tras la más indigna humillación aún tiene el coraje de presentarse a sí misma como ofrenda en altar ajeno y como regalo de bodas para uso exclusivo del novio. Es el placer por el placer, sin complicaciones. Es una mujer libre, desinhibida, experimenada en cuestiones de sexo y que sabe lo que quiere. Tiene marido, pero como si no. Clotilde recuerda mucho a la primera mujer de Duroy, Madeleine Forestier, aunque posiblemente ésta sea la mujer de personalidad más arrolladora y más fascinante de la novela. Es inteligente, segura de sí misma, con un apabullante control sobre sí mísma -recordad la escena de la herencia del conde de Vaudrec, o el desparpajo que muestra cuando es pillada in fraganti con Laroche Mathieu-, brillante articulísta, femenina, dulce, independiente, otra mujer de ideas claras que sabe lo que quiere y no se anda con tapujos para conseguirlo. Y fuma. Es la única mujer que fuma, en la novela. Fuma y escribe los artículos de sus maridos, quienes no pueden menos que respetarla y temerla, sentirse apabullados y en deuda con ella. Y Bel Ami no será menos, pero dados sus escasos escrúpulos...La contraposición de Clotilde y de Madeleine se halla en Mme. Walter y en su hija, Suzanne. Si Clotilde es el sexo desaforado, el placer por el placer de la conquista fácil, la reprimida Mme. Walter será la conquista dificil. Para ella Bel Ami provoca cambio radical en la vida, ¡nada menos que el descubrimiento del placer erótico!, mientras que para Duroy es solo un episodio más, una aventurilla que pierde lustre cuando la mujer es conquistada. Ella, Mme. Walter, es la que sale peor parada. ¿Por qué? ¿Por sus faltas creencias religiosas? Al soliloquio de Duroy, en el capítulo 4 de la 2ª parte me remito...El caso es que si hasta el momento el lector no consideraba la mezquindad de Duroy, tras esta fase de su vida, en la que se dedica a las mujeres Walter, ya es inevitable. Mientras asciende socialmente, más bajo y despreciable es a nivel moral. Si Suzanne Walter, que aparece como una representación del romanticismo y de la inocente frescura de la mujer virgen, no es capaz de reformarle, ella, que representa la pureza, ya nada lo hará. Para él es solo una muñeca y una cifra. Una mujer que aún no le da problemas, fácil de moldear, una tábula rasa. Sería interesante ver la evolución de Suzanne en ése matrimonio. ¡Acabaría siendo como su madre o como Clotilde? ¿O tal vez como Madeleine?...
    George Duroy, ése Bel Ami, se me antoja un donjuan sin lucha, sin pena ni gloria, un donjuan de fáciles estrategias y muy escasos recursos. Como colofón, cito un pasaje de El custodio de Anthony Trollope que hace unos días me recordó a Bel Ami, por lo sorprendente de su capacidad de seducción sin apenas mover un dedo. El pasaje en cuestión es el siguiente:


    Se dice que un corazón pusilánime nunca conquistó a una mujer hermosa; y a mí me parece asombroso que se llegue a conquistar a mujeres hermosas, ¡cuando los corazones de los hombres son con frecuencia tan pusilánimes! Si no fuese por la bondad de la naturaleza femenina, que, al ver nuestra falta de valor, hace que, en ocasiones, las mujeres desciendan de su inexpugnable fortaleza y nos ayuden a consumar su propia derrota, con demasiada frecuencia escaparían invictas, aunque no ilesas; sin ataduras para el cuerpo, pero con el corazón magullado.
    El custodio de Anthony Trollope. Ed. Alfaguara, 2004. Cap. VII, pág. 101.



    Guy de Maupassant (1850 - 1893)


  9. Miedo... ¿¡a qué!?

    domingo, 20 de junio de 2010



  10. En 1965 Orson Welles estrenó, a nivel mundial, «Campanadas a medianoche» en el cine Coliseo Equitativa de Zaragoza. Welles daba vida a Sir John Falstaff, personaje central, basado en varias obras de William Shakespeare, en estrecha relación entre el cine y la literatura.
    Para cada hombre hay una hora, un minuto, un instante que cobra tal relevancia en su vida, que se hace eterno y se inmortaliza. Ese instante suena como una campanada a medianoche, y anuncia el paso de un antes y un después, el fin de un hechizo.
    En sus películas, Orson Welles siempre trató de percibir si el motivo de la gran tragedia humana fue la pérdida de la inocencia, desarrollando el mito de la Caída. Escogió personajes de muy elevada catadura moral, psicológica y dramática para indagar en esa búsqueda y así, por ejemplo, dio vida a Charles Foster Kane (Citizen Kane, 1941) -su inolvidable Rosebud- o a uno de los personajes shakesperianos más carismáticos: Sir John Falstaff, en Campanadas a medianoche (1965). En esta “superproducción” su prodigiosa inventiva y su desbordante imaginación, empujadas por la necesidad, se agudizaron, y sirviéndose de lo que disponía, transformó monasterios románicos en castillos ingleses, hizo que las murallas de Ávila marcaran las distancias físicas entre el mundo de la Corte y el mundo de Falstaff y que la Casa de Campo de Madrid se convirtiera en campiña británica donde se lleva a cabo una cruenta batalla de sangre, sudor y lodo.
    Welles siempre pudo y supo elegir a los personajes que encarnaba. Del resto se encargó la interrelación mágica entre el cine y la literatura, que obró el milagro: Falstaff hizo suyos los rasgos físicos de Welles o Welles hizo suya la esencia de Falstaff, tanto da: lo cierto es que es inevitable para el espectador no relacionar indisolublemente a ambos. Como tampoco podrá leer Enrique IV del bardo inglés sin ver a Orson Welles en Falstaff, ni disfrutar de Campanadas a medianoche sin sentir a Falstaff en Welles.
    Para recrear a ese redomado bribón, resabiado, mentiroso, sin escrúpulos, ladino, lujurioso, cobarde y bonachón Falstaff, Welles recopiló escenas de varias obras dramáticas de Shakespeare: Ricardo II, ambas partes de la historia de Enrique IV (centrándose especialmente en éstas), Enrique V y la comedia Las alegres comadres de Windsor. Welles y Shakespeare solos. El resultado es soberbio.
    Los aspectos de las obras de los que Welles hace uso serían, someramente, los siguientes:
    • Las alegres comadres de Windsor: De esta comedia, Welles acoge el carácter general de Falstaff, así como el del juez Robert Shallow (Alan Webb).
    • Ricardo II: Se hace uso de detalles de esa obra para establecer los antecedentes de algunos personajes. Por ejemplo, cómo alcanza Enrique IV el trono.
    • Enrique IV: Núcleo central de la película, pues en ella se desarrollan ambos dramas.
    • Enrique V: Drama en el que se anuncia la muerte de Falstaff, que es lo que a Welles le interesa para la película:
      • La noticia de que Falstaff ha fallecido (Act. II, esc. 1), anunciada por su paje (Beatrice Welles en el film).
      • La “clemencia” del príncipe Hal, ahora Enrique V (Keith Baxter) hacia Falstaff: “Tío de Exeter: libertad al hombre que ayer fue metido en prisión por haberse mofado de mi persona” (Act. II, esc. 2).
      • La descripción de la muerte de Falstaff un monólogo de Mistress Quickly (Margaret Rutherford), (Act. II, esc. 3). Orson Welles se permite el lujo de filmar este largo monólogo: La tabernera apoyada en el quicio de la puerta, la mirada perdida y clavada en el techo, la voz llorosa… Un monólogo de 1 minuto y 22 segundos ante quienes velan el cuerpo del enorme Falstaff: su paje, Pistol, Nym y Bardolf.
    Otro de los monólogos más largos que nos brinda la película es el que refiere el rey Enrique IV (John Gielgud) sobre la venida del sueño… “Oh, Sueño, amable Sueño” (Segunda parte: Act. I; esc. 3). En la película, es subyugante ver a ese rey solo, su rostro iluminado por la luz del amanecer tras los barrotes de hierro forjado del enorme ventanal, enjuto y solo, lamentando su falta de sueño.
    Ciertamente la fuerza de ambos monólogos cobra más relevancia después de haberse visto la película.
    Y es que hay momentos sobrecogedores en el film que no son captados con la misma facilidad al leerse la obra. Son instantes en los que la fuerza de la interpretación, los gestos, las miradas y los silencios dicen más de lo que la lengua calla.
    Esto sucede, por ejemplo, en la complicidad de Sir John Falstaff y Hal. Existe una escena especialmente inquietante, en tanto que se presenta como un vaticinio, un aviso de la futura traición de Hal: Es cuando éste le dice a Falstaff: “Lo hago, lo haré” (“I do, I will”, Primera parte: Act. II, esc.4). Welles hace que Falstaff, por primera vez, vislumbre algo del futuro en un gesto fugaz, una reacción sutil, una mirada fija, un silencio espeso en medio de la algarabía general. (Un juego de representación teatral, donde Hal imita a su padre y Falstaff al propio Hal, en la taberna de Mistress Quickly). Hay algunas escenas que pronostican la futura actitud de Hal para con Falstaff (pero tal vez esa sea la más reveladora). Después, ya casi al final del film, acontece “una de las escenas más tristes y despiadadas de la historia de la literatura y el cine”, como dice Javier Marías en su artículo “Todos los días llegan” (Academia, núm. 12, octubre 1995),
    aquella en la que el viejo y gordo Falstaff, mentor y compañero de correrías del príncipe Hal, se ve rechazado, negado y abominado por su pupilo una vez que éste ha sido coronado, y ya no es príncipe ni se llama Hal, sino Enrique V”.

    Es la terrible caída en desgracia de Falstaff.
    Un Enrique V, enfocado en contrapicado, le espeta a un Falstaff que es la viva imagen del Desengaño y de la Credulidad Traicionada:
    No te conozco, anciano. (…)He soñado largo tiempo con una especie de hombre como tú, así de libertino, pero ahora he despertado y desprecio mi sueño (…). He dado la espalda a mi antiguo yo, así que cuando oigas que vuelvo a ser el que he sido, acércate a mí y tú serás el que fuiste” (Segunda parte: Act. V, esc. 5).

    Ésas palabras son como el sonido de las campanas a medianoche para Falstaff. I Know thee not, old man…
    El príncipe Hal también oye sus propias campanadas de medianoche, que quiebran el hechizo de las alegrías irresponsables y que le hacen “despertar” de un sueño que, ya en la vigilia de la realidad, desprecia. Ya es rey. Es una realidad que ve y que acepta y aprecia. Pero Falstaff, al despertarle –metafóricamente- el sonido de las campanadas, no desprecia su sueño del pasado. Shakespeare no nos da la clave de su sentir, Welles la cubre con un sutil velo de incredulidad: Falstaff abre los ojos a la cruel realidad y no quiere ver, pero ve. Nosotros no le vemos morir, ambos autores nos conceden esa delicadeza. Pero muere. Y lo hace víctima de la soledad, de la amistad traicionada por el poder y de su propia decrepitud. Inevitablemente la aceptación de su pena solo puede aliviarse con la muerte.
    Como señala Shakespeare en Las alegres comadres de Windsor, “when night-dogs run, all sorts of deer are chaged”…, pues lo que no se puede evitar ha de ser aceptado. Y “las cosas son siempre como son” (Nym, en Enrique V: Act. I, esc. 1).

    Este artículo fue publicado en el núm. 1 de la Revista Digital ¡¡Ábrete libro!!, en mayo-junio de 2009.